Los desafíos para los y las nuevos(as) científicos(as) sociales

Los desafíos para los y las nuevos(as) científicos(as) sociales

De joven como de adulta, he creído que las Ciencias Sociales eran/son una herramienta magnífica para ayudarnos a saber lo que sabemos, lo que en el fondo de las vísceras sabemos “está bien” o mal, sin arrogancias morales, sólo desde la compatibilidad con la vida, la música o voz interna que nos deja saber si lo que hacemos o experimentamos va más en dirección de sobrevivir, de estar bien, que de acelerar nuestra muerte y toda clase de pérdidas, individuales y colectivas. Sabemos, por ejemplo, que el hambre no está bien, el cuidado de la niñez sí, las guerras no, proteger el medio ambiente sí. La lista podría seguir.

Yo veía/veo en las Ciencias Sociales una red de fineza y firmeza únicas, una red que que permite conectar las vidas de las personas, sus biografías, con las circunstancias de su momento, su colectividad, de la humanidad toda. Ese lazo entre historias o problemas personas y los problemas y desafíos sociales, me ha maravillado mi vida entera. No es el número de abusos sexuales infantiles lo que nos despierta en la defensa de los Derechos Humanos de los niños por ejemplo. Soy una convencida de que son sus historias, sus voces, si estamos dispuestos a escuchar.

Aunque veía en las Ciencias Sociales una poderosa herramienta para aprender, evolucionar, y ojalá cambiar el mundo (una esquina de él o grandes superficies), empujarlo un poquito más cada vez hacia un devenir más compatible con la vida, no me abandonaban las aprensiones.

En alguna oportunidad alguien me dijo que escribir sobre abusos infantiles no era un aporte a la memoria colectiva, y sí, en cambio, hacerlo de los pueblos originarios. Pregunté a esa persona cuántos seres humanos, mujeres y hombres, en los últimos cien años de Chile solamente, habrían crecido y se habrían articulado a partir de esas experiencias. Fue un silencio contundente y lleno de enmienda.

Esa sensación es la que intento describir. Esa distancia y separación de nuestras disciplinas, justamente, de las personas que estaban en la médula de su sentido y vocación. Por ejemplo, desde el lenguaje, o de nuestros propios afanes intelectuales (que son fascinantes), se levantaba un muro donde el diálogo, la comunicación del conocimiento, o de las preguntas que nos despiertan todos los sentidos, se hacía críptica, ininteligible o sencillamente fría, desconectada, para muchas personas. Un reclamo que hemos escuchado más de una vez. Por ejemplo, en mi oficio, la queja es siempre ¿por qué los psicólogos tienen que hablar en difícil?

Desde esas desconexiones, y desde los lenguajes, el impasse conmigo misma era casi inevitable, y la pregunta dura, como psicóloga y como cientista social, sobre qué lugar tenía yo en este hábitat, qué derecho, qué contribución real podría llegar a hacer. Una pregunta imprescindible que se resumía en el “para qué” de las cosas. ¿para qué sirve mi trabajo, para qué, las Ciencias Sociales?

Fue desde el enlace a otras ciencias que comencé a dimensionar la magnitud mayor de las nuestras, pese a que la valoración pública sea demasiadas veces escasa y eso se deja sentir cuando en gobiernos y/o academias, los cortes presupuestarios en investigación nos afectan primero que a otras disciplinas. Pero inmerecidamente.

Conforme iba tomando un camino de especialización, constataba cuán adelantados hemos estado en diversos ciclos de la historia humana: nuestras miradas sobre la violencia, la segregación contra las minorías, el impacto de inequidades y opresiones. En mi esfera de trabajo, cuántas preguntas, proposiciones e investigaciones que recogieron las vidas y voces de víctimas del trauma de abuso sexual infantil, desde las Ciencias Sociales, no serían sino sólo muy recientemente respaldadas por las neurociencias: hoy sabemos de lesiones cerebrales específicas resultado del abuso, por ejemplo. 

Cuando comencé a establecer esas relaciones, se abrió el cielo, y aunque suena quizás exagerado, sentí que el valor de nuestro trabajo –como cientistas sociales, me refiero, y en la psicología no necesito ni decirlo- para la supervivencia de nuestra especie y la continuidad de la vida era tan importante y tan crítico como el de las personas que trabajan en medicina y otras ciencias, creo yo, mal llamadas “exactas”. El espejismo del no-error o la menor falibilidad, me aterran; entrañan el peligro de la jactancia, la separación, los puntos ciegos. Del sufrimiento.

No estamos libres tampoco, de ese peligro, los cientistas sociales. ¿Para quién trabajo, a quién le hablo, a quién escucho y cómo, qué alimento o menguo con mis actos, palabras, investigaciones? Son preguntas de la mayor importancia. De vida o muerte, podría decir, aunque suene demasiado.

Más allá de nuestras experticias y dominios técnicos, hay dos dimensiones irrecusables en el ejercicio de nuestros oficios: la ética, y la imaginación que no sólo se despliega desde nuestra propia fuente interior, sino en interconexión con el otro, y desde la empatía, el mayor grado posible que podamos establecer (y aunque siempre será incompleto, lo será menos si estamos atentos).

De estos dos atributos vertebrales, comencé a aprender en esta escuela, de profesores/as nobles y generosos/as, dispuestos no sólo a compartir conocimientos sino sus experiencias, éticas preferidas, y su aliento, en ese tiempo -a veces un susurro, otras un vozarrón-, inequívoco en el mensaje de “la imaginación al poder”.

Imaginar para poder hacer, ser versátil, ser doméstico también, valerse de recursos sencillos y/o aspirar a apoyos impensables o difíciles, pero no dejar de considerar un solo camino para poder hacer bien nuestro trabajo, y ponernos a disposición. Esa dimensión de servicio, de aporte no sólo a la política pública, sino a los bienes para la vida, yo aprecio haberla conocido aquí, en sus orígenes. Y Luego, desde mi trabajo y estudios en otras latitudes, y debo mencionar, sobre todo, desde mi experiencia como discípula de Carol Gilligan. Con ella, esas dimensiones se amplificaron como nunca habría soñado.

En Estados Unidos he aprendido de experiencias con amplio margen para imaginar, y por ejemplo, he podido escribir papers o ensayos con escasísimas referencias a teorías o autores renombrados, y en cambio, con varias alusiones a piezas de música clásica, y hasta contemporánea, para dar con el “tono” de lo que intentaba proponer o explicar. También he disertado sobre ética del cuidado y abuso sexual, apoyándome de ilustraciones infantiles y citas póeticas para explicar cuestiones tan complejas y horadantes como la colisión de idiomas entre los cuerpos de víctimas y victimarios: los niños y su ternura, el abusador y la gratificación sexual completamente destemplada.

Toda esa libertad, esa expansión para pensar y proponer, para dialogar y colaborar, se hace posible porque hay un suelo, o cielo más bien, que la permite y la estimula. Y siento mucha nostalgia a veces de esa superficie inconmensurable para nuestro país, y de esa generosidad de todos, colegas, autoridades académicas y alumnos también. Es lo que deberíamos aspirar encontrar dondequiera que vayamos a aprender, a cualquier edad. Que nos dejen imaginar, por favor, todo lo que podamos. 

Si en algo podemos aportar desde nuestra facultad y luego desde nuestros trabajos, al titularnos, creo es en esa habilitación de imaginarios, creatividades, y la ductilidad, revolucionaria creo yo, para poder situarnos y encontrar riquezas posibles en todo entorno donde elijamos o nos sea posible trabajar.

El país, justo ahora, atraviesa por una crisis que, en mi opinión, comenzó a gestarse desde el momento en que regresamos a la democracia, y podría estar horas en el relato de impresiones que desde el año 90, 92, me apretaron el corazón, temiendo este futuro. Pero jamás dimensioné lo que podría llegar a ser. Las palabras me sirven de marcador en estos días: “transparencia” ha perdido belleza, “acuerdo” me descompone, y “boletas”, por favor: no puedo creer que nuestras semanas gasten sus oídos, decenas de veces oyendo esa palabra.

No era lo que esperaba luego de un cuarto de siglo de democracia. Si en cambio buscara en google palabras como imaginar, educar, bienes públicos, robótica, docencia para este milenio, derecho a soñar, creo las encontraría muy pocas veces vinculadas a noticias de este tiempo.

Ahora, y sin ánimo esotérico ni excesivamente esperanzado, las crisis siempre son oportunidad, y en la trayectoria que se abre ahora las Ciencias Sociales tienen una voz que compartir, y hasta reclamar, conforme comenzamos a escribir un nuevo capítulo de nuestra historia democrática.

Los enlaces, o la mirada interdisciplinaria no corre solamente entre nosotros, lo sabemos: siempre es momento, y más hoy, de conectarse con escuelas de medicina, astronomía, educación, todas las que sean posibles, en el empeño de proponer ni siquiera salidas, sino caminos hacia una nación más buena, que evite a su gente sufrimientos que sí son evitables, y promueva el mayor bienestar para todos, el deseo de vivir bien. Los sueños, inseparables del deseo, la vitalidad.

Necesitamos, lo han dicho muchos expertos, transformar la manera en que nos organizamos y convivimos en esta sociedad, y aquí nosotros tenemos mucho y todo por aportar, desde dondequiera que nos encontremos y con una insistencia que ahora no puede ser menos que urgente.

Creo que ahora es cuándo más necesitamos hablar, escribir, dialogar, alto y claro, con lenguajes que nos acerquen unos a otros, siendo compasivos y también asertivos con lo que requiere rectificación (y perdón, también), e imaginativos con lo que no ha sido creado y debió serlo hace mucho. Poniendo pasión, en palabras y actos, y sobre todo, una ética que nos cuide a todos sin excepción, de nuestro pasado, en el presente, y hacia el futuro, sin perderlo de vista ni por un momento.

En palabras de Carol Gilligan, la mejor síntesis de intenciones para este tiempo:

Nuestras democracias no dependen solamente de procedimientos electorales, sino del diálogo robusto entre múltiples voces, el reconocimiento de nuestra humanidad común, y la resistencia contra el silencio y la traición de nuestras relaciones y amores.

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