El significado simbólico que hay detrás de la destrucción de la imagen de Cristo crucificado

El significado simbólico que hay detrás de la destrucción de Cristo

Al finalizar la marcha convocada por estudiantes universitarios del pasado jueves 09 de junio por el centro de Santiago, un grupo de encapuchados realizó diversos desmanes, siendo el más emblemático y cubierto por la prensa la destrucción de la figura de yeso de Cristo crucificado, en plena calle, perteneciente a la iglesia de la Gratitud Nacional, templo que anteriormente fue dañado en las mismas circunstancia.

José Isla, profesor del Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, se refiere a la importancia de los símbolos por su significado y contexto social influenciado por el catolicismo, pero también en expresiones de descontento como las movilizaciones estudiantiles. Es a través del uso de símbolos que los y las estudiantes pueden y están llamados a innovar en sus manifestaciones, estrategias que marcaron el año 2011 generando altos niveles de adhesión ciudadana y que hoy, según el investigador, son necesarias de repensar.

-¿Qué importancia social en la actualidad tienen los símbolos católicos?

En general, lo que los(as) antropólogos(as) llamamos “cultura” se materializa y comparte por medio de símbolos, son como la “materia prima” de la cual está construida la cultura. El problema fundamental de la cultura es cómo se hace pública o comparte.

De alguna manera, el orden parece estar invertido: no es que vaya del pensamiento de la reflexión individual a una experiencia compartida sino que más bien al revés, para que surja un tipo de reflexión individual tiene que insertarse dentro de este marco compartido. Ese marco compartido que llamamos “cultura” se constituye de símbolos.

Los símbolos sirven para movilizar ideas complejas. Esto se ve aún más reflejado y explícito en esta dimensión especial que trata los fundamentos de la vida, la llamada dimensión religiosa, ahí es donde se procesan y tematizan las certezas en las cuales descansa la cotidianeidad. Por ejemplo, la vida cotidiana se basa en un conjunto de elementos muy aleatorios. Cuando cruzas la calle con luz verde lo haces como un acto de fe de que los automovilistas respetarán su luz roja.

De hecho, en nuestra realidad tendemos a una suerte de visión postcristiana del mundo. En ese sentido, todos(as) o prácticamente todos(as) tenemos una dimensión religiosa en la cual sustentamos nuestra vida, en cuestiones tan frágiles como “yo tengo confianza en esto” o “yo creo en esto”.

Un ejemplo elocuente es la película de “El show de Truman, donde todo es falso. Incluso el mundo es falso. El único verdadero es Truman, pero él progresivamente se va dando cuenta de esto. Lo mismo le puede ocurrir a cualquiera; todo el mundo puede ser falso. Necesitamos o, más bien, construimos nuestra vida sobre la base de ciertas instancias en que suspendemos la duda sobre la falsedad del mundo.

-A raíz de los últimos disturbios ocurridos en marchas estudiantiles, siendo la destrucción a la figura de Cristo de la Iglesia de la Gratitud Nacional la que generó mayor impacto mediático y público, ¿cuál es la lectura que hace de estos hechos?

En las ciencias sociales, estamos acostumbrados a una idea de lo simbólico que deriva de la cultura protestante, de la cual surgieron precisamente las ciencias sociales en el norte de Europa, donde la idea del símbolo –lo que nosotros llamamos significante– no guarda ninguna relación con lo que significa; es una relación puramente arbitraria. Por ejemplo, asumimos que el verde es el color de la esperanza pero no existe ninguna relación necesaria entre el verde y la esperanza, sino que simplemente nos hemos colocado de acuerdo en su asociación o significado.

En buena medida, las ciencias sociales se han construido sobre esa percepción de lo simbólico. La relación entre lo que se simboliza y lo que es simbolizado no es necesaria, es totalmente aleatoria y arbitraria. Los católicos, por el contrario, carecen de esa noción del signo, para ellos existe una relación entre lo que se simboliza y lo simbolizado, por tanto hay ahí una relación que no es aleatoria.

Por supuesto que la imagen de Cristo crucificado destruida por encapuchados es yeso pero no es solamente eso, y los(as) católicos(as) lo saben. Más encima, en estas circunstancias se da un efecto doblemente chocante porque, precisamente, lo que la imagen recuerda es la crucifixión de Cristo por una turba de violentos que no tiene razón para lo que hacen: matar a una persona inocente.

El cristianismo, en ese sentido, es una religión bastante particular porque se sitúa desde el punto de vista de la víctima inocente y, además, reclama e insiste en que ella es inocente y ha sido asesinada por un grupo de personas como expresión de violencia extrema. Lo que vimos en la televisión era lo mismo.

Ernesto “Che” Guevara si bien no era cristiano toda su dimensión sacrificial de la política y toda su vocación por el martirio está profundamente influenciada por la cultura política de los católicos. Él es muy católico, pese a que carezca de una religiosidad en cuanto a creencia. Toda nuestra cultura política está profundamente influenciada por los valores cristianos.

-Tras el acontecimiento de estos desmanes, ¿qué reflexiones hace sobre las expresiones de protesta de los estudiantes?

El movimiento estudiantil depende –en la obtención de sus objetivos– de la ciudadanía. Se constituye sobre la base de una apelación democrática con apoyo de la ciudadanía, o se constituye sobre la base de la acción directa. Por supuesto, los encapuchados optaron por la acción directa, no les interesa el apoyo de la ciudadanía.

En contraposición, el movimiento estudiantil no tiene ninguna posibilidad de fortalecerse si no tiene el apoyo de la ciudadanía. Ese apoyo implica estar continuamente bajo el escrutinio de la gente y, de forma más explícita, pidiendo el apoyo de la gente para sus reivindicaciones.

Durante el año 2011, hubo una gran innovación en la cual una dimensión de la acción política que estaba básicamente olvidada se reconstruyó sobre la base de una apelación “no egoísta” y no dirigida a defender los intereses particulares de algunas personas, sino que sobre la base de la defensa de los intereses de toda la sociedad y la reacción fue que la sociedad los apoyó.

Es decir, es imposible comprender la actividad y las dimensiones de la política en Chile, hoy en día, sin hacer referencia al año 2011, ese año cambió el escenario social. Precisamente, porque el movimiento estudiantil instaló un tema y la ciudadanía lo apoyó. Yo creo que con este tipo de eventos, la gente no hace la separación entre encapuchados y el resto de la gente que marcha, salvo quienes son muy instruidos(as) en el asunto, pero incluso este tipo de situaciones (desmanes) pueden precaverse y anticiparse.

-¿Qué desafíos enfrenta el movimiento en cuanto a sus estrategias de adhesión ciudadana y uso de simbolismos?

Tengo la impresión que, actualmente, hay una rutinización del movimiento. La gente ya sabe o prevé lo que ocurrirá. Para proyectarse, el movimiento estudiantil pasa por el desafío de innovar, generar imágenes distintas que fue lo que lo hizo emblemático en 2011, ese fue un gran momento de creación política. Es un desafío no menor, yo creo que todos los movimientos sociales pasan por esta tensión y siempre hay que estar inventando respuestas que no están en los manuales.

En las manifestaciones sociales, la dimensión simbólica es fundamental, incluso se asemeja a la dimensión religiosa. Es muy importante cuando ves adultos o abuelos con pancartas que apoyan las demandas de sus nietos, con este apoyo se refleja que –en el fondo– es la sociedad la que adhiere al movimiento.

A pesar de que es un proceso complejo, creo que el movimiento tiene el desafío de renovar ese potencial de innovación y revisar las prácticas. Ese dilema siempre se va a presentar y, por el contrario, habrá un grupo minoritario que desecha el apoyo de la ciudadanía y opta por el método directo o acción directa (encapuchados).

En mi experiencia, durante la dictadura participé en manifestaciones sociales cuyas expresiones eran muy distintas a las actuales. Por ejemplo, la dimensión carnavalesca que se ve en las marchas de hoy, que se hizo famosa y emblemática en 2011, no existía en esa época. La dimensión cultural, urbana y social le brinda mayor magnetismo y atractivo al movimiento, generando mayor apoyo ciudadano.

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