Derechos Humanos, Marxismo Libertario y vía política al Socialismo

Derechos Humanos, Marxismo Libertario y vía política al Socialismo

Graves violaciones a los Derechos Humanos han provenido de sus invocaciones ahistóricas y metafísicas (en absoluto inocentes). Al rescindir el análisis material de la historicidad o al obstruirlo interesadamente, estas visiones establecen el verdadero doble estándar y un grave principio de arbitrariedad político-intelectual en la materia.

Desde el mismo momento de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789, ningún orden jurídico en el mundo ha estado ajeno a litigios sobre sus violaciones (comenzando -como veremos- por el régimen que los proclamó), ni mucho menos sobre el fondo político de tales violaciones: las condiciones que han impedido el ejercicio real y efectivo de la soberanía popular. No obstante, intentar resolver tales litigios mediante un atentado como el del 4 de agosto en Venezuela, supone reconocer una excepcionalidad jurídica tan profunda y fundamental que todos quienes han hablado de relativizaciones izquierdistas frente a Cuba, Venezuela y Nicaragua prefirieron ese día y los siguientes omitirse o suscribir la tesis del autoatentado y el montaje (justo cuando un efímero ministro era destituido en Chile por el uso hecho de esa expresión en un libro firmado junto a quien tiene actualmente a su cargo nuestras relaciones internacionales).

Desde el temprano momento en que esa tesis de montaje comenzó a desmoronarse, la televisión y la clase política chilena comulgaron con el silencio del canciller Roberto Ampuero sostenido, incluso, después que el ex jefe de policía venezolano don Salvatore Lucchese escribiera desde Colombia “no estoy adjudicándome ninguna acción de la RESISTENCIA VENEZOLANA, simplemente soy un soldado más (…) Le pido por favor a la agencia de noticias @Reuters que publique la entrevista completa (…)”. Lucchese buscaba rectificar declaraciones concedidas a la aludida agencia noticiosa británica (https://lta.reuters.com/article/domesticNews/idLTAKBN1KS2F0-OUSLD), donde había indicado “nosotros veníamos organizando esa maniobra, lo que ocurrió ayer, teníamos pleno conocimiento, quiero aclarar y hacerlo público” (video en: https://twitter.com/twitter/statuses/1026991613468454912). El silencio ha continuado aun después que un colega (por oficio e ideología) del Canciller, el escritor peruano Jaime Bayly (presentado mediáticamente en el Chile de los 90 como un ejemplo de librepensador), ha dejado múltiples testimonios audiovisuales de un odio por demás delirante en contra de Maduro: “Yo me enteré del plan durante la semana. Mis fuentes, que generalmente son confiables, me llamaron (…) me dijeron: el sábado vamos a matar a Maduro con drones. Hemos probado los drones en Caracas. Funcionan (…)” (https://www.youtube.com/watch?v=dv_UdmYL61k.).

La salida por la tangente de muchos políticos chilenos sobre este atentado muestra su cobardía para debatir sobre Derechos Humanos a partir de hechos concretamente inmersos en procesos históricos. Cobardía para dialogar sobre las condiciones histórico-concretas del derecho a rebelión y el uso de los estados de excepción considerados por todos los regímenes constitucionales del mundo. Cobardía para litigar sobre qué bando o conjunto de bandos han dependido sistemáticamente de las violaciones a los Derechos Humanos para imponer su noción de justicia.

En última instancia, cobardía de practicar la política genuina. Aquella que para el marxismo libertario consiste en la construcción de un sujeto efectivamente colectivo, cuyo deseo, imaginación y praxis de clase trabajadora sexualizada antagonice con las determinaciones del estado real de las cosas (en rigor se trata entonces de una subiectum (1)). Tal política genuina fue la que practicaron los esclavos haitianos en 1789 al enterarse que el primer artículo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (nacer libres e iguales) no aplicaría para ellos, sino mediante tempestuosas luchas revolucionarias.

Puesto que para el liberalismo triunfante en Francia la revolución solo era concebible como un asunto de varones blancos, las guerras de independencia y liberación haitiana fueron juzgadas como salvajismos propios de multitudes sin ciudadanía. De allí que el liberalismo comparó estas luchas con las hogueras de Torquemada, pero no con las sugerencias humanitarias de su diputado Joseph Guillotin.

Ese liberalismo late aun, por ejemplo, en cierta concepción desoladoramente ramplona de los Derechos Humanos planteada por nuestro compañero diputado Gabriel Boric. Siguiendo esa concepción caeríamos en el absurdo de denunciar vis a vis como violadores de los Derechos Humanos al capitalismo esclavista azucarero francés y a los negros libertarios que lo derrotaron en Haití. De igual modo, el jus-aristocratismo del compañero Gabriel Boric tendría consecuentemente que considerar como otro atentado a los Derechos Humanos las siguientes palabras de un fraile franciscano que lo antecedió por dos siglos en la cámara de diputados:

“Pueblo de Chile: mucho tiempo hace que se abusa de nuestro nombre para fabricar vuestra desdicha (…) Mientras vosotros sudáis en vuestros talleres [o] sobre el arado (…) esos señores condes, marqueses i cruzados, duermen entre limpias sábanas i en mullidos colchones que les proporciona vuestro trabajo (…) sin volveros siquiera el menor agradecimiento (…) Despertad, pues, i reclamad vuestros derechos usurpados. Borrad, si es posible, del número de los vivientes a esos seres malvados que se oponen a vuestra dicha, i levantad sobre sus ruinas un monumento eterno a la igualdad. (Diputado por Concepción fray Antonio Orihuela, en: Sesiones de los Cuerpos Legislativos. Destacados nuestros).”

Así, en respuesta a los teologismos liberales ha llegado a plantearse que el Derecho existe precisamente porque no existe la Justicia. Esta sanción se diferencia de la metafísica liberal al asumir que su nivel de abstracción es solo una herramienta para adentrarse en la complejidad concreta de la historia, allí donde “la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales” (2). Lo humano según Marx, sus derechos, sus defensas, sus violaciones no solo están contextualizados (como alega la extremista derecha chilena), están concretamente engarzados en la historia y en la memoria que nos recuerda el continuo material de la existencia (cosmológica, planetaria, animal, animística).

Aunque la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano no menciona la Justicia y en cambio enuncia 12 veces la palabra Ley (sin molestarse en ocultar su violenta función defensora de la propiedad privada), los pueblos han practicado la política como materialización de estos enunciados reensamblándolos en luchas por la justicia. En efecto, resulta evidente que la universalización de los Derechos Humanos mediante la declaración de la ONU en 1948 no se propuso detener el sistema de atrocidades asociado a la acumulación de propiedad privada en forma de capital. Solo las luchas políticas contra el patrón colonial de acumulación engastaron al discurso de los Derechos Humanos en prácticas emancipatorias.
Como un botón de muestra sobre la continuidad del sistema de atrocidades capitalistas en la era de los Derechos Humanos universalizados, recordaremos algunos hechos irrefutables -aunque activamente sometidos al olvido- protagonizados por el Estado-Nación francés nacido junto a aquella primera Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789.

El 8 de mayo de 1945, en medio de las celebraciones por la caída del nazismo, soldados y colonos franceses perpetraron la Matanza de miles de personas en la ciudad argelina de Setif. Pocos días después, para castigar la independencia siria, las Fuerza Armadas de los Franceses Libres realizaron un devastador bombardeo sobre Damasco, el que además apoyó al naciente Estado de Israel y a sus atentados contra el pueblo Palestino. En 1946, el Estado Francés denegó la independencia a Vietnam e inició una guerra en la que, durante nueve años, sus agentes torturaron y asesinaron poblaciones completas. Aún más conocido es el terrorífico tomo escrito por el Estado francés en la Guerra de Argelia (1954-1962), incluyendo la matanza de centenares de argelinos residentes en París el 17 de octubre de 1961, la censura de una célebre película italiana de 1966 sobre esta guerra y las respuestas de militares franceses defendiendo abiertamente la tortura (oficiales del ejército francés que formaron a los primeros militares torturadores latinoamericanos aun antes de la Escuela de las Américas). Aunque nada fue demasiado distinto en las enormes extensiones de la África Ecuatorial y África Occidental Francesas, hubo un castigo especial del Estado francés a la sociedad de Camerún culminando en 1958 con el asesinato del líder socialista independentista Rubén Um Nboyé y en 1960 -ya consumada la independencia- con el de su sucesor Félix-Roland Moumié.

Que ese último asesinato se cometiera fuera del imperio colonial francés, en la humanitariamente emblemática ciudad de Ginebra, indica el inicio de un nuevo tipo de atrocidades imperialistas poscoloniales entre las que se cuenta el impulso conjunto a la guerra civil de Nigeria (1967-1970) por parte del Estado francés y la corporación petrolera Elf (participaron también otras fuerzas humanitarias de Europa).

Es entonces evidente que un régimen hegemónico de los Derechos Humanos se instauró basado en un estado de Excepción Permanente que hasta hoy permite la violación constante de esos mismos Derechos. Este oxímoron de la excepción permanente puede ser procesado como develamiento de una contradicción ontológica entre justicia y derecho; para nosotros en cambio, pone de manifiesto que el derecho es interior a la política y no cabe permitirle al oxímoron neutralizar la capacidad del poder democrático co-instituyente de declarar legítimamente sus estados de excepción (3). Antes de referirnos a esta relación, cabe decir que para el marxismo libertario (donde no se reconocen preminencias del Estado) son violaciones a los derechos humanos, sin excepcionalidad constitucional posible, asesinar, torturar, ejecutar prisioneros y no prestar auxilio a personas en riesgo de perder la vida o de ser heridas. Ya se puede apreciarse aquí que las cuestiones relativas al estado de guerra -planteadas casuísticamente al comienzo de esta columna- y sus relaciones con la política, comienzan a tornarse claves para analizar las relaciones entre excepcionalidad y Derechos Humanos.

Se estima a la guerra como una situación en la que dar muerte no constituye asesinato por existir bandos que reconocen mutuamente su intención de aniquilarse. Ahora bien, en la guerra irregular (insurreccional o prolongada) y en la rebelión popular; que no responden a la mera lógica de dos bandos disputando el poder de unos sobre otros, sino a la existencia de un bando cuyas prácticas-en-común implican un litigio sobre la justicia; necesariamente hay otro bando confrontado que al pasar a la acción viola los Derechos Humanos. Este bando de violadores puede ser el que actúa contra un poder constituido para establecer relaciones de justicia (caso del sabotaje sedicioso al gobierno de Salvador Allende y a la opción soberana del Pueblo chileno por un modo de vida socialista (4)), o puede ser un gobierno imperial que trata como enemigo bélico a quienes dentro de sus dominios (caso de Latinoamérica como patio trasero según la célebre doctrina norteamericana) buscan co-instituir la Justicia.

Aun así, es notorio que definiciones como las anteriores resultan, a su vez, abstractas ante una historicidad marcada por el sistema de atrocidades capitalista devenido en un estado de Excepción Permanente, máxime si las potencias que sostuvieron dicho estado en nombre de la Guerra Fría, paralelamente, han suscrito el recurso a la Guerra de Baja Intensidad. Es por esto que resulta necesario mostrar cómo los análisis libertario-marxistas argumentaron sostenida y profundamente (ver los dos volúmenes de Capitalismo y esquizofrenia) que la URSS fue una pieza fundamental para formar ese régimen hegemónico de los Derechos Humanos basado en un estado de Excepción Permanente. En rigor, la URSS sofocó la Revolución Rusa en que el propio Lenin había proyectado una sociedad liberada del estatismo burocrático (ver El Estado y la revolución) y se articuló doblemente al sistema de atrocidades de la acumulación capitalista.
El análisis de esta doble articulación, presente en todo proceso material, es lo que permite hacer de la política una actividad realista rigurosamente orientada a alcanzar lo imposible. La doble articulación es el principio evolutivo complejo mediante el cual la materia (incluido el lenguaje) adquiere formas reconocibles. Como Marx observó en sus críticas a Hegel, dicho principio es contrario a una linealidad determinista y progresiva, e implica la existencia de polos opuestos -anteriores a cualquier observación y nominación discursiva- que no se sintetizan de modo absoluto, sino que operan el uno en el otro (5).

La realidad no ES, sino que -hegelianamente- está siendo en el entremedio de esos polos definida por propiedades intensivas complejas y no por la simple distinción de lo extensivo y lo cogitativo. Es decir, que entre medio de los polos siempre hay algo que uno de ellos realiza con mayor intensidad que su opuesto generando un plano diferencial de intensidades desde el cual emerge su organización. Por ejemplo, la URSS desarrolló un estatismo mucho más intenso que los EE.UU. y sus aliados europeos, quienes a su vez desarrollaron una reducción de las relaciones sociales a la condición de mercancía mucho más intensa que la URSS, no obstante, hubo apropiación mercantil del trabajo ajeno por parte de la nomenklatura soviética, así como un fuerte componente estatista dentro de los países imperialistas occidentales (continuado contemporáneamente en el neoliberalismo).

Asimismo, el imperialismo Euronorteamericano realizó transferencias de riqueza desde sus poblaciones dominadas hacia sus sociedades centrales mucho más intensamente que la URSS, lo que se tradujo también en una diferenciación del totalitarismo: más burocrático, homogéneo y sin elecciones populares en el caso de la URSS (a la manera caracterizada por Orwell); más disciplinario-gerencial, heterógeneo y con elecciones populares en el caso de EE.UU. (a la manera caracterizada por Huxley). Para este nivel, la realidad de polos inter-penetrados materialmente puede apreciarse en el papel dirigente jugado por Stalin en la derrota militar del totalitarismo Nazi, así como en la existencia dentro de Estados Unidos -aunque mucho menos que en la URSS- de censura a las artes, persecución de ideas, deportación de disidentes, detención en campos de concentración, prisión política, represión racista y asesinato político incluido el de un presidente. Nos hemos restringido a la política interior de los EE.UU. durante la guerra fría, pues su protagonismo continuado en el sistema de atrocidades, sobre todo para Latinoamérica, está fuera de toda discusión sensata (6).

En la física de sistemas complejos se diría que esa materialidad histórica organizada obedece a que, entre los polos concernidos, aparece un comportamiento de atractor extraño. Esto implica que lo tempestuoso y a-lineal en los procesos históricos es completamente real, como también lo es el que tendencialmente su materialidad describa un patrón de probabilidades. Dicho patrón expresa el comportamiento de atractor extraño que en el estrato de la realidad social resulta ser lo opuesto a un orden natural. El valor de este concepto consiste en explicar sin apelaciones subjetivistas la probabilidad observable que algunas vías de liberación sean recuperadas o extrañamente atraídas por la dominación.

El realismo materialista intensivo del marxismo libertario se distingue del empirismo ingenuo al postular que los modos de observación afectan la realidad precisamente porque son interiores a ella. Contra el giro discursivo de fondo neokantiano al que ha adscrito parte de la izquierda, el marxismo libertario sostiene que hay una realidad existiendo aunque nadie la observe. Si alguna entidad opera una observación sobre la realidad, por supuesto que la afecta, porque dicha entidad y su observación son también reales. Todo lo que emerge transformadoramente incluida la observación y la imaginación revolucionaria lo hace entonces desde la realidad.

El atractor extraño de nuestra turbulenta y tormentosa actualidad sigue siendo la ampliación de la acumulación capitalista fundada en el robo del excedente económico producido por el trabajo. No obstante el carácter real de esta reducción productivista del trabajo por parte del capital (paso de la subsunción formal a la real del trabajo en el capital), para el marxismo libertario “el trabajo, antes que instanciación de la metafísica productivista, expresa el ser-en-común” de la humanidad “como condición de posibilidad de su existencia” (Sergio Villalobos-Ruminott).

La clase capitalista se ha hecho sujeto político reensamblando materialmente el plano diferencial de intensidades, aunque ha presentado este proceso como una gesta del espíritu y las ideas. El sujeto de clase capitalista comprende que el plano es ontológicamente agitado y caótico por eso su política fundamental no consiste tanto en hacer que la sociedad desee cosas determinadas, sino en disponer las máquinas sociales de modo tal que todo el deseo gregario se identifique con el atractor extraño. Si esta política fundamental del sujeto de clase capitalista pudiese reducirse a su pura enunciación, sería de un modo como el siguiente: ¡convenceros! ¡lo que siempre habéis deseado, es acumular! ¡lo que en verdad deseáis, es la acumulación capitalista!

Malamente podría, entonces, pretenderse la invención en el vacío o en las puras articulaciones discursivas de un sujeto político antagonista. Para el marxismo libertario dicha condición debe encontrarse en el emerger real -desde el plano diferencial- del deseo de producir-en-común las condiciones de existencia. Es allí donde realmente existen sexualizadas las clases trabajadoras y se transforman en sujeto directamente político ya que la intensidad explotadora que les afecta, sexualizadamente también, es la expropiación del deseo real de ser-en-común, o deseo real de gozar sin mediaciones los productos del trabajo. Así, Los Derechos Humanos son rescatados del estado de Excepción Permanente gracias a las luchas sexualizadas concretas del trabajo. Ellas desmontan el dispositivo de ataque directo e indirecto a los salarios, revitalizan sus organizaciones asediadas luchando al mismo tiempo por lo público, por la desmercantilización y despatriarcalización de las relaciones sociales y porque las decisiones vinculantes sean tomadas por el común, por el pueblo soberano.

Sea cual sea el grado de desarrollo de esta subiectum, sus luchas son las que miden el compromiso de cualquier proceso político con los Derechos Humanos. Con este instrumento a disposición del quehacer político emancipatorio, efectivamente no puede haber doble rasero ni perezas que impidan usar el materialismo histórico intensivo para interpelar la moralina formalista y farisea que ha pretendido zanjar el presente latinoamericano a partir de una pregunta imbecilizante: ¿Venezuela y Cuba son democracias o dictaduras? Como si el estado de Excepción Permanente en el que vivimos premiara los proyectos políticos orientados a que sean los pueblos quienes tomen las decisiones vinculantes y efectivamente definan nuestra historia por venir, o como si los actuales gobiernos de Cuba y Venezuela, al igual que en su momento el de Salvador Allende, no fueran las víctimas objetivas al tiempo que enemigos heroicamente declarados del estado de Excepción Permanente.

Haití sufrió durante todo el siglo XIX un castigo comparable al de la guerra y el bloqueo norteamericano contra Cuba revolucionaria. Ese estrangulamiento del que participó la Civilización Occidental completa ocasionó la usurpación del proceso histórico haitiano por sectores regresivos cuyas crueldades no pueden, en todo caso, ser comparadas con las decisiones de guerra de políticos como Toussaint-Louverture y su papel en la única rebelión de esclavos exitosa de la historia.

Es también desde la materialidad del plano diferencial que el marxismo libertario y las izquierdas revolucionarias han extraído nuevas intensidades para su reensamblaje. Así, se ha superado la idea -tomada de un militar tan lúcido como reaccionario- que la práctica revolucionaria de la política se reduce a continuarla por los medios de la guerra. En el marxismo libertario nadie está olvidado, como tampoco nadie ha olvidado que los dueños del gran poder están dispuestos a incrementar infinitamente el sistema de atrocidades antes que ceder sus privilegios. Esta comprensión clara, profunda y radical del antagonismo define que la práctica revolucionaria del periodo consiste en continuar las guerras de justicia por los medios de la política, es decir, las luchas por lo común, por lo público y en definitiva por la socialización feminista de la polis, forma hasta ahora conocida con el nombre irrenunciable de Socialismo.

Notas:
1. No un sometido ni un fundamento primero como suelen indicar las etimologías de la palabra sujeto, sino una subyacencia cuya colectividad difiere de modelos antropomorfizados que visualizan al sujeto colectivo también como una mente gobernando sobre un cuerpo.
2. Marx, Tesis VI sobre Feuerbach.
3. No desconocemos que este es un asunto meramente coyuntural y que en su fondo laten las cuestiones replanteadas por las múltiples lecturas contemporáneas de Carl Schmitt sobre la ontoteología de la Soberanía, problema para el que afortunadamente contamos con los dos magníficos volúmenes de Soberanías en suspenso de Sergio Villalobos-Ruminott.
4. Opción expresada basalmente en la adhesión electoral a los programas de gobierno socialistas presentados a la ciudadanía en 1970 por Radomiro Tomic y por Salvador Allende.
5. Carecemos de conocimientos adecuadamente directos de la obra hegeliana, sin embargo, nos parece que su formulación de la dialéctica -más allá de la vulgata kojeveana y su impacto en muchos marxistas- comprende esta noción.
6. Cabe también recordar que J. E. Hoover se hizo cargo de la seguridad interior estadounidense solo dos años después de la entronización de Stalin, permaneciendo continuadamente en esa función hasta morir casi 20 años después que el dictador ruso.

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