Opinión:

Tendencias Globales y Nudos de Tensión Locales

Tendencias Globales y Nudos de Tensión Locales

De acuerdo con mi apreciación, Chile se encuentra, desde hace un tiempo, en un avanzado estadio de integración global. Estamos cada vez menos ajenos a los procesos mundiales ya sea porque los conocemos, nos sentimos afectados o porque dependemos de ellos. En este sentido, podemos observar nuestros desafíos del siglo como respuestas a una acomodación a condiciones planetarias. Desde ese ángulo, un adecuado conocimiento de las tendencias globales permite construir un escenario para evaluar nuestras condiciones locales.

Desde fines del siglo veinte, el mundo está experimentando profundas e inesperadas transformaciones. Junto con reconocer importantes cambios políticos y económicos, el acento de los especialistas se ha puesto en documentar cómo ondas y cables, que transportan ceros y unos en grandes cantidades y a escala planetaria, han alterado las estructuras sociales tradicionales, posibilitando una sociedad mundial que se basa en la información y los conocimientos.

Desde tal óptica se observa cómo nuestras realidades sociales se virtualizan, pues se construyen en medios extremadamente contingentes dando lugar al debilitamiento de instituciones que tradicionalmente aseguraban la cohesión social, y a la creciente pérdida de influencia de los estados nacionales sobre sus propias jurisdicciones. Esta comprensión del escenario mundial nos confronta con múltiples bifurcaciones cuyos efectos van en todas las direcciones, sin que se tenga certeza sobre lo que resultará de todo ello.

En forma paralela, la sociedad contemporánea, que funda su actual estado en la ampliación de las libertades individuales, la generalización de las formas democráticas representativas, las rápidas aplicaciones tecnológicas del conocimiento científico y las capacidades racionales para organizar el trabajo, ha terminado enfrentándose a los riesgos que conlleva el extremadamente eficiente operar de tales fundamentos.

Recurrentemente se indica que las aplicaciones biotecnológicas anticipan contextos en los que la sociedad, las personas, el medioambiente y la biología humana se congregarán en fatales desenlaces -en referencia al calentamiento global o las nuevas epidemias que producen o gatillan algunas actividades industriales. En otros planos son cuestionables formas de expresión democrática que, justamente, colocan en cuestión las libertades que las han posibilitado -en referencia al respeto a los derechos de comunidades ideológicas- ; la deshumanización del trabajo y el extremado individualismo también torpedean a sus propios defensores que se sienten solos y agotados vivenciando el sinsentido de sus acciones.

Entre los impactos negativos que más destacan las tendencias mundiales se encuentran el declinar de las coordinaciones entre los distintos sistemas que componen la sociedad y el debilitamiento de los lazos que permiten la integración social de los individuos. Por ejemplo, la ampliación de los derechos individuales ha desembocado en la despreocupación por los intereses colectivos y en el retraimiento de la esfera pública de la sociedad. Pareciera que de la homogeneización de las ideologías adyacentes al programa económico neoliberal se estimula una participación social segmentada que fomenta el desinterés por las responsabilidades colectivas y deja sin sustento los recursos morales que contienen a la cohesión social.

Cuando los escenarios, tanto a nivel macro como a nivel familiar y laboral, se tornan inseguros y precarios erosionando la identidad social, lo colectivo deja de ser un refugio, la comunidad deja de existir y las actitudes egoístas se legitiman ante la necesidad de competir para demostrar ante otros los méritos propios. Lo novedoso es que las fuentes de estas nuevas e indeseables condiciones, como ustedes podrán anticipar, no se encuentran en los márgenes de la sociedad, no son hechos anómalos y de fácil corrección, sino que están en el mismo núcleo de la actividad social moderna, constituyen sus propias bases, aquellas que se reproducen con nuestras cotidianidades.

En Latinoamérica estos cambios globales acontecen en más breve tiempo, de manera más acelerada, provocando impresionantes transformaciones estructurales y valóricas. Desde un tradicional centramiento en torno a la esfera política irrumpen y se generalizan formas sociales que se articulan según modelos de la praxis de mercado (lo que incluye las lucrativas actividades del narcotráfico y sus redes sociales), las que tienen como consecuencias notables la reducción de la influencia estatal y, en general, de las comunicaciones de naturaleza política. Lo anterior refuerza, en nuestros países, la tendencia al afianzamiento de los derechos individuales -de propiedad, por ejemplo- por sobre los colectivos. Estos procesos impulsarían y radicalizarían una individualización, en que las personas se obligan a forjar sus destinos mediante decisiones y acciones cuyos resultados remiten a sí mismas, pues suponen que sólo con su desempeño se modelan sus destinos.

Es justamente esta condición la que produce, como efecto compensatorio, presiones para la búsqueda de mecanismos de orientación y coordinación destinados a restablecer las vinculaciones sociales puestas en entredicho por tales procesos (ello puede ser el atractivo de las actuales propuestas populistas y de algunos mesianismos regionales a nivel macro, o la formación de los cohesionados colectivos de interés antisistémicos a nivel micro). En ese contexto, la percepción de la desintegración de las certezas colectivas desencadenaría la compulsión a retenerlas o buscarlas ensimismadamente, produciendo las ya conocidas patologías sociales -como la intolerancia y la violencia- y los malestares psíquicos contemporáneos, como la ansiedad por el éxito y la sensación permanente de estrés.

El Chile del Bicentenario no está ajeno a las tendencias globales que hemos reseñado, aunque, por cierto, intentamos colocarnos en sus lados más favorables. Recordemos que el año pasado, en medio de una crisis mundial mayúscula, la ex -Presidenta Bachelet nos anunció que estábamos en condiciones de enfrentar las peores turbulencias, sin que ello significara dejar de extender nuevas políticas de protección social (de hecho, la segunda etapa de la reforma previsional se inició tal como se había planificado). Hoy, y lo que no es menor, después de haber pasado por el segundo terremoto más grande de la historia del país y uno de los mayores del mundo, la actividad económica está en alza.

Efectivamente, gracias a una disciplina fiscal, a profundas reformas institucionales y la apertura a la economía mundial, en los últimos quince años el PIB per cápita chileno se ha duplicado y en el próximo quinquenio podría alcanzar al de los países agrupados en la OCDE. Indicadores sociales como la mortalidad infantil o la matrícula primaria se asemejan a los de naciones avanzadas y nos sitúan con el segundo índice más bajo de pobreza de toda la región. Junto con ello, las encuestas muestran que los hogares gozan de un mayor bienestar material que hace diez años, hecho asociado a un crecimiento económico de más del 5% anual en este último tiempo. La disponibilidad de bienes se ha acrecentado en todos los niveles socioeconómicos. Por su parte, otras encuestas dan cuenta de que las personas no sólo aprecian un mayor bienestar económico, sino también más tiempo libre, más vida familiar y mejores condiciones de trabajo. Los organismos internacionales, además, nos colocan en la categoría de naciones con un alto desarrollo. El aumento de nuestra estatura promedio, la multiplicación de los usuarios de Facebook, Fotolog y blogs, la trasformación de la obesidad en un problema de salud pública, los récords de venta de autos y el uso intensivo de nuestro aeropuerto internacional ratifican la prosperidad.

En forma paralela a estos contextos de expansión, se hacen patentes fuertes problemas y desajustes que inciden en un difuso, pero persistente malestar ciudadano que afecta la cohesión que requerimos y cuestiona los ideales de nuestros líderes y gobernantes, que viven sorteando quejas, protestas y paros. Es por ello que nuestro proceso de modernización tiene, simultáneamente, diferentes valoraciones. El entusiasmo frente a sus logros se acompaña con el desencanto frente a la magnitud y tipos de desigualdades sociales que hoy se producen y multiplican, en profundidades y extensiones inéditas. Estas expresiones perturban a la opinión pública y colisionan con las expectativas desencadenadas.

Para finalizar, y reconociendo nuestra posición en un espacio global, destacamos algunos de los desafíos más cercanos, cuya falta de solución nos tensiona:

1.      La inconsistencia de un país que, habiéndose modernizado en plazos muy breves y que se abre a una escalada de expectativas por parte de una población movilizada en casi una generación, desencadena una inmensa frustración al limitar las oportunidades y reproducir criterios de inclusión que no toman en cuenta el mérito sino que refuerzan las diferencias socioeconómicas. No es casual que la opinión pública haya tomado el tema educacional como algo propio, pues lo percibe como un gran obstáculo. La demanda por educación pública de calidad y con acceso universal a todos sus niveles debe tener una pronta respuesta, pues como exclusión que carece de toda legitimidad tiene la peor fama.

2.      La inconsistencia de nuestros elevados estándares en los indicadores socio-demográficos donde destaca la esperanza de vida de los chilenos al nacer, se está expresando en una población cada vez más longeva. Sin embargo, la sustentabilidad de esta hasta ahora silenciosa revolución, tiende a derivarse a los propios adultos mayores y sus familias, con lo cual todo lo ganado puede transformarse en pérdida. Las políticas para favorecer la integración de la creciente población de adultos mayores, y que asuman la irreversibilidad de este proceso, no pueden seguir esperando.

3.      La inconsistencia de liderar y promover una integración global en el plano comercial -aceptando con gran flexibilidad las diferencias políticas y culturales con los países con los cuales nos relacionamos- negando, al mismo tiempo, nuestra propia diversidad cultural, sometiendo a los descendientes de nuestros pueblos originarios a premisas que les son ajenas, cuando no definitivamente injustas y discriminatorias que atentan contra su propia existencia. La identidad nacional debe reconstruirse sobre la base del reconocimiento de la diversidad cultural de los habitantes de nuestro actual territorio y ello debe incluir una justa reparación.

Estas tres demandas perturban a la opinión pública, ya que colisionan con las expectativas de mayor bienestar y con orientaciones normativas más generalizadas que con esfuerzo hemos asimilado durante épocas recientes y que fundamentan nuestra valoración de la democracia, la equidad y los derechos humanos.

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