Discurso del Prof. Roberto Aceituno Morales con ocasión de la Ceremonia de traspaso de mando de decano de la Facultad de Ciencias Sociales:

El futuro se construye sobre la base de una memoria reconocida y transmitida

Discurso de Nuevo Decano FACSO Prof. Roberto Aceituno Morales

No desconozco que recae en mi persona y en mi trabajo una responsabilidad mayor. Espero cumplir con fidelidad los propósitos que han orientado mi candidatura y que han encontrado en los académicos y académicas de esta Facultad que me han elegido el respaldo necesario para no asumir solitariamente el honor de esta investidura.

Pero mi deuda y mi agradecimiento no sólo se dirigen a ellos o a quienes – estudiantes y funcionarios no académicos-  me manifestaron su apoyo aun cuando no hayan depositado su voto electoral para que ejerza como decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Espero contribuir a generar un proceso creativo y valiente que instale un debate franco sobre la posibilidad y la necesidad de que esta participación extienda su fuerza en el ámbito electoral. Se dirige también, porque me debo a ellos y ellas al mismo tiempo, a quienes esperan otro liderazgo y con quienes espero contar para nuestro trabajo en común.

Agradezco en este sentido el apoyo recibido por el profesor Marcelo Arnold y su equipo directivo que han  entregado el relevo para el equipo que lidero. Tengo la esperanza de que juntos podamos demostrar que  las tareas políticas no sólo pueden sino que deben estar acordes a los deseos e ideales que orientan nuestro trabajo académico, ojalá sensible a los imperativos de nuestra cultura, de nuestro tiempo y de nuestro pueblo.

No expreso este reconocimiento y estas expectativas sólo como  declaraciones  de principios y de buenas intenciones; tal como no fue por una improductiva nostalgia que hace algunas semanas, con ocasión de la inauguración del año académico de nuestra Facultad, dediqué unas palabras insuficientes a la generación de la que formo parte, de la cual espero representar el valor – en todos los sentidos del término – de hacer de la labor académica una cuestión política y de la política, en el viejo y noble sentido del término, una práctica que sin contenidos ni cultura es un poder ciego, a veces autoritario y ensimismado. En cambio, sólo quiero ser consistente con nuestra historia. Una historia que me hizo parte de una generación de amigos y estudiantes que, aún en sus diferencias, y aún teniendo que vivir el dolor de la pérdida de compañeros y colegas, pudo enfrentar las nobles tareas de una política al servicio de nuestra democracia, por entonces avasallada en un tiempo del que todavía no nos hemos desprendido del todo. 

Quiero mantener la confianza en que se puede aportar desde las ciencias sociales de la Universidad de Chile a los desafíos que reclama nuestra sociedad y nuestra cultura, desde el espacio y el tiempo de nuestro quehacer universitario orientado al conocimiento, a la transmisión de saberes, de haceres y a la vinculación con un “medio” del que somos parte integrante. Ceremonias como ésta, necesarias para una institución pública y que hace público en sus prácticas el sentido democrático de los valores que la animan, nos dan hoy día la posibilidad de enunciar nuestros propósitos de desarrollo en el marco de un rito que es también simbólico, porque le entrega a la gestión política la obligación de nutrirse de cultura, de prácticas donde todos y todas, más allá de nuestras legítimas diferencias, podamos sentirnos reconocidos.

En lo que viene, espero contribuir con mi trabajo –que prefiero nombrar así, en vez de “gestión”, que me suena más a gerencias y directorios– al logro de los propósitos contenidos en nuestras propuestas programáticas: seguir desarrollando nuestros avances en materia de formación de pre y posgrado, promover el trabajo interdisciplinario sobre la base de disciplinas fuertemente comprometidas con la generación de conocimiento y con un espíritu de reflexión y debate de relevancia pública, vincularnos con una ciudadanía crítica y creativa, así como con los movimientos sociales que en diversos planos de nuestra vida en común ponen sobre el tapete las problemáticas que nos conciernen como cientistas sociales.  Todo ello en sintonía con ese pequeño país que llamamos Universidad, y esa ciudad que llamamos Facultad de Ciencias Sociales, que contienen los mismos desafíos que, a una escala mayor, se presentan en nuestro país .

No pretendo saber de antemano de qué modo estos propósitos podrán, en mayor o en menor medida, ser llevados a cabo, considerando además las limitaciones que el tiempo y la realidad nos plantea para cumplirlas en los cuatro años que vienen. Pero ofrezco mi trabajo, como el de quienes me acompañan en esta difícil, pero buena aventura, para recibir el aporte de una comunidad reflexiva, dialogante, solidaria, crítica y autocrítica, sin la cual nuestras buenas intenciones quedarían como letra muerta o mala ideología.

Seguramente defraudo con estas palabras a quienes esperaban de mi intervención en esta ceremonia un conjunto de objetivos que habrán de ser evaluados en cuatro años más. Pero no quiero redundar en ello; seguiremos difundiendo el programa que se ha nutrido de la participación de académicos, estudiantes, funcionarios y funcionarias no académicos durante el periodo de la campaña electoral. Espero que muy pronto podamos reunirnos para seguir discutiendo de qué manera nuestras líneas programáticas pueden ser consistentes con un saber que se construye cotidianamente y donde nuestra labor como directivos de esta Facultad consiste en reconocerlo y profundizarlo creativamente.

Extiendo por supuesto esta voluntad y este deseo a las diversas instancias que representan la conducción de nuestros destinos: a directores de departamento, a jefes de carrera, a coordinadores de posgrado, a representantes estudiantiles y de funcionarios no académicos, a representantes al consejo de facultad, a nuestros representantes en el senado universitario. Con ellos espero mantener un diálogo permanente con las instancias análogas que conducen el quehacer universitario en la rectoría, el consejo y el senado de nuestra Universidad, en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Estoy convencido de que la Facultad de Ciencias Sociales, a la que espero representar con el honor de esta investidura democrática, tiene mucho que decir y que hacer en lo que viene para el quehacer de la Universidad en su conjunto, así como para enfrentar como comunidad universitaria el rol de la Universidad de Chile para las tareas políticas, sociales y culturales necesarias a nuestro país hoy. En este sentido, invito a nuestros académicos y académicas de las diversas disciplinas de nuestra Facultad a hacerse parte de un proceso conjunto de posicionamiento en el debate público sobre las problemáticas que atraviesan nuestra vida social. La próxima aprobación de la carrera de Trabajo Social, así como el rol insoslayable de las ciencias sociales en el ámbito de la educación, nos ofrecen dos ejemplos donde la academia se sitúa frente a los desafíos de nuestra sociedad implicándose con la creatividad y la excelencia de nuestro trabajo como académicos de la Universidad de Chile.

No pretendo que este trabajo que tengo el deber de conducir quede exento de las “evaluaciones” que habré de asumir personalmente. Sé que hablo en nombre propio, pero esa propiedad le pertenece también a quienes hoy escuchan mis palabras y que, con entusiasmo, espero desde mañana mismo sean agentes activos de una tarea colectiva.

Para terminar, quisiera resumir estas expectativas, es decir lo que espero podamos lograr en nuestro futuro próximo, haciendo nuevamente uso de mi memoria para expresar un mínimo gesto de gratitud. Estoy seguro que el futuro se construye sobre la base de una memoria reconocida y transmitida. Quiero ofrecer un mínimo agradecimiento, tratándose del camino que he podido recorrer hasta aquí, a uno de mis hermanos mayores. Hace treinta años, en los difíciles tiempos de la dictadura, un amigo y colega psicólogo, por entonces decano de una Facultad de Ciencias Humanas – o de Ciencias Sociales, que para mí son la misma cosa– me ayudó a iniciar mi trabajo como académico de Psicología – es decir, de ciencias sociales – cuando las ciencias sociales en la Universidad de Chile apenas sobrevivían frente al poder de la violencia y del autoritarismo. Con él intentamos transmitir a jóvenes estudiantes el valor de la psicología social, del marxismo, del pensamiento crítico, cuando se fraguaba paso a paso la instalación de una ideología de la competencia, del abuso y de la normalización que hoy en día encuentra en la mercantilización de la educación superior – y, diría, la mercantilización del pensamiento, de la subjetividad  y de la cultura mismas – su versión aumentada y, espero, en vías de desaparición. Con él pude aprender de las prácticas comunitarias en la así llamada salud mental; él me ayudó en la transmisión del saber y el hacer de psicólogos, trabajadores sociales, médicos, educadores y cientistas sociales que vincularon la academia al trabajo con las comunidades y sujetos más vulnerados en sus derechos básicos por el poder y la inequidad, antes que ese golpe funesto de hace cuarenta años lo interrumpiera violentamente. Es mi deseo que podamos restituir, aun mínimamente, ese espíritu y el valor de esas antiguas generaciones de universitarios de la Universidad de Chile, que sabían  reconocer su sabia ignorancia para aportar desde ahí a nuestro pueblo y a nuestra cultura.

Pronuncio entonces estas palabras insuficientes saludando a mi amigo y colega Domingo Asún Salazar, en quien quiero representar  la deuda a nuestros hermanos mayores y, desde ahí, a nuestros padres y abuelos que soñaron y lucharon por un Chile más justo, más igualitario, más vivo. A quienes entendían que no hay que ser autoritario para ejercer la fuerza de la razón y la pasión del compromiso, a aquellos que no veían en la política universitaria la pequeña oportunidad de servir a sus intereses personales o grupales, porque no tenían más tiempo que aquel que dedicaban a su trabajo y su resistencia; a quienes su trabajo los inmunizaba frente al fanatismo o el poder sin política ni pensamiento. A quienes los estudiantes respetaban, porque sabían que sus quehaceres eran los suyos finalmente. A  quienes  no los movía la tristeza o la hostilidad, sino la alegría de hacer lo que había que hacer, con el orgullo de ser académicos de la Universidad de Chile.

Gracias por estar aquí.

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