Alfonso Arrau in memoriam

Alfonso Arrau in memoriam

El miércoles 11 de marzo, pasado el mediodía, dejó este mundo Alfonso Arrau Corominas, recordado y querido profesor para muchos de quienes nos formamos como sociólogos en la Universidad de Chile. En efecto, quienes fuimos aprendices de sociólogo en la década de los ochenta, nos enfrentábamos a la disyuntiva de responder a la seducción que la sociología ejercía en nosotros, aunque fuese a fuerza de formarnos bajo los términos que la dictadura militar imponía en aquellos años en la principal y más antigua de nuestras universidades, o de sublimar el deseo estudiando alguna carrera que resultara menos comprometedora y que se encontrase menos golpeada por la férrea mano del poder militar.

No es casual que la mayoría de quienes ingresamos a estudiar sociología en esos años, lo hiciéramos teniendo ya experiencia previa como universitarios en carreras tan diversas como medicina, arquitectura, biología, diseño o ingeniería. Para muchos de nosotros, el intento por resistir el deseo de adentrarse en los complejos mecanismos que permitían comprender y explicar nuestra sociedad desde una perspectiva científica, fue en vano. A la postre, con uno, dos o tres años intentando estudiar otras carreras, terminamos finalmente matriculándonos en la única escuela de sociología que aún ofrecía formación de pregrado en el país: la de la Universidad de Chile.

Una de las razones que a algunos de nosotros nos llevaba a evitar estudiar sociología en aquellos años, era el saber que la intervención militar en la universidad había prácticamente destruido las comunidades académicas y que los buenos profesores habían sido expulsados de la universidad. Es lo que ocurrió con Alfonso Arrau. Su expulsión de la Universidad Católica fue parte de la embestida que el poder militar descargó contra quienes, a su juicio, representaban la exacerbación de los males de la universidad. Tal como lo propusiera el filósofo Juan Antonio Widow, uno de los autores intelectuales de la depuración a la que fueron sometidas las universidades en los primeros años de la dictadura, había que erradicar el cáncer marxista a través de tres líneas de acción: expulsar a profesores y estudiantes marxistas; cerrar las unidades académicas que fueron creadas durante los años anteriores al Golpe de Estado con el propósito de divulgar la ideología marxista; y reestructurar aquellas unidades académicas que, no teniendo fines propagandísticos, estaban copadas por profesores marxistas.Por cierto, lo que el poder militar entendía por marxismo se prestaba para una aplicación muy flexible de estos criterios de acción.

De este modo, la suerte seguida por Alfonso Arrau no fue distinta de la que siguieron todos aquellos académicos que fueron protagonistas de los procesos de cambio en Chile y en la universidad desde fines de los años sesenta hasta aquel fatídico año de 1973. Lo que el poder militar no perdonó fue el atrevimiento de haber pretendido conducir un proceso de cambios fundado en la convicción ética de que el país merecía un mejor destino y que éste no podía dejar al margen a aquellos millones de compatriotas que se veían condenados a la miseria, el abuso y la explotación por un sistema profundamente injusto. Y fue la generación que irrumpía a su mayoría de edad en esos años la que tomó la decisión de impulsar las transformaciones que el país requería. Desde distintos frentes y desde distintas organizaciones sociales y políticas, esos jóvenes se propusieron darle un sentido concreto a los anhelos de justicia que sacudían al país.

El ciudadano Alfonso Arrau fue parte de esos procesos y fue protagonista del auge y derrota de esos sueños colectivos que constituyeron un verdadero desafío a quienes estaban acostumbrados a sus privilegios de siglos y siglos de dominio sobre aquellos a quienes estos jóvenes intentaban organizar, representar y conducir camino a su verdadera emancipación.

Por estas razones, quienes ingresamos a estudiar sociología a la Universidad de Chile en la década de los ochenta, no esperábamos encontrar sino un remedo de lo que había sido la enseñanza de la sociología en Chile. En general, la mayoría de quienes oficiaban de profesores de sociología, o no eran sociólogos o, si lo eran, no se caracterizaban precisamente por su calidad académica. No obstante, pese a lo difícil que era la enseñanza de la sociología en un contexto de dictadura, habiendo sido una de aquellas disciplinas que había que reestructurar para eliminar todo vestigio de pensamiento crítico, tuvimos la oportunidad de encontrarnos con una suerte de sobreviviente de la debacle universitaria. Se trataba de Alfonso Arrau, justamente, quien se desempeñaba como profesor de jornada parcial en el Departamento de Sociología de la Universidad de Chile y quien fue uno de los escasos profesores que nos permitió respirar el genuino aire universitario en un lugar donde por lo general se hacía pasar por sociología un pensamiento desactualizado, mutilado y de una dudosa calidad académica.

Sin conocer mucho de su pasado como parte de aquella generación que constituía un referente para la nuestra, aprendimos a conocerlo a través de su condición de profesor de teoría sociológica. Con él aprendimos a leer los libros completos y no por partes, aprendimos a conocer aquella tradición sociológica que se entroncaba con las ideas de algunos de aquellos autores proscritos por los intelectuales de la dictadura, y que se proyectaba en la obra de sociólogos contemporáneos que nos demostraban que ningún obstáculo puede interponerse en el camino de la ciencia cuando a ésta la mueve el genuino interés por el conocimiento. De ese modo, las cátedras de Alfonso Arrau nos abrieron la mente a nuevos horizontes científicos y nos permitieron respirar en aquellos años asfixiantes para la sociología. Temido por algunos, por su costumbre de interrogar a su auditorio sobre los temas que habían sido abordados en la clase anterior, y admirado por la mayoría, representó para varios de nosotros un modelo a seguir en lo que se refiere a la enseñanza de la sociología.

Con el tiempo, supimos de su pasado como académico de la Universidad Católica y su expulsión junto a otros profesores exonerados en el marco de la depuración que las autoridades delegadas llevaron a cabo en dicha universidad. Nunca supimos cómo fue que arribó a la Universidad de Chile y terminó haciéndole clases a esa generación que algunos años después se atrevería a desafiar ese mismo poder militar que lo expulsó a él de la universidad. Sin caer en el populismo habitual en la cultura universitaria, y manteniendo siempre su condición de académico y no de agitador social, fue uno de los pocos profesores que supo ganarse el respeto de sus estudiantes en la defensa de la universidad.


Una de las claves que permite entender cómo es que un académico como él pudo sobrevivir en un ambiente como el de esa universidad intervenida militarmente, es su capacidad para “comprender su propia experiencia y evaluar su propio destino localizándose a sí mismo en su época”, como sostenía C. Wright Mills. En efecto, una de las primeras lecciones que nos dio el profesor Alfonso Arrau fue aprender a desarrollar aquella imaginación sociológica de la que hablaba el sociólogo norteamericano, consistente en la habilidad para “captar la historia y la biografía y la relación entre ambas dentro de la sociedad.” Precisamente, esta habilidad para comprender el sentido de la época en relación con nuestras propias vidas, para hacer frente a los problemas personales en forma que nos permita evitar sentir que estamos atrapados, es lo que no sólo nos enseñó a cultivar Alfonso Arrau. A su vez, es lo que le permitió también a él enfrentar esos grises años en que a la universidad se le sometió a condiciones que vulneraban su esencia como espacio de creación y desarrollo de las ideas.

Retirado de la universidad desde hace varios años, siguió siendo recordado, visitado y querido por muchos de quienes le conocimos en nuestra calidad de estudiantes. Siendo alguien que no se dejaba llevar por las modas intelectuales, que trataba con respeto hasta al más humilde de los funcionaros y que nunca estuvo dispuesto a someterse ante el poder o actuar cínicamente por conveniencias, sus estudiantes lo recordamos como un gran profesor, una gran persona y a quien tributamos un eterno respeto y reconocimiento.

Alejandra Fuentes
Carmen Luz Argandoña
Fernando de Laire
Juan Enrique Opazo
Marcela Ferrer
Mariela Cortés
Omar Aguilar
Patricio Hurtado
Ricardo Fuentes
Sergio Ibáñez

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