Cómo analizar la vida cotidiana y los fenómenos sociales desde el psicoanálisis

Análisis de vida cotidiana y fenómenos sociales desde el psicoanálisis

Siempre sintió interés por la reflexión sobre las relaciones humanas, cómo se organizan y cómo estás reflejan una determinada época o manera de entender lo social. En ese sentido, “mi aproximación a la psicología comenzó con esa premisa de que es una ciencia social, y lo que nos constituye como humanos no es una condición individual sino el hecho de que somos seres sociales”, afirma Danilo Sanhueza (32), psicólogo egresado de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.

A temprana edad comenzó a hacer ayudantías. Durante su periodo de formación en Pregrado se inclinó por la psicología social y es desde esa línea que “llego a una aproximación más clínica, específicamente al psicoanálisis, una teoría y práctica que explica el comportamiento individual sin dejar de lado la cuestión de lo social”, señala.

Mientras cursaba el último año de la carrera de Psicología, en 2006 se desarrolló la denominada la “movilización de los pingüinos”, año también en el cual hizo su práctica profesional en el Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak (ex casa de orates), que lo marcó –en parte– por el trato que se les daba a los pacientes, utilizando dentro del tratamiento técnicas como al electroshock. Después de su práctica, trabajó en la consultora Critera realizando estudios para el gobierno, para luego retornar a la académica.

Desde un enfoque interdisciplinario, junto a académicos e investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales como el Prof. Roberto Aceituno, Esteban Radiszcz y Pablo Cabrera, y de otras facultades, conforma el equipo del Laboratorio Transdisciplinar en Prácticas Sociales y Subjetividad (LaPSoS), financiado por la Iniciativa Bicentenario.

En el marco de diversas causales de indignación ciudadana en 2011 como el abuso sexual por parte de sacerdotes, el caso La Polar, la colusión de las farmacias, los reclamos por el Transantiago, las demandas estudiantiles por una educación gratuita y de mejor calidad, es que decidieron trabajar sobre el eje común de todas ellas: el malestar. Problemas sociales que radican en el espacio público, en lo social pero también en lo individual.

Además de investigaciones en este campo trabaja en una consulta privada y cursa sus estudios en el Doctorado en Filosofía, mención Estética y Teoría del Arte de la Universidad de Chile. También es académico del Departamento de Psicología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.

-En 2006 realizó su práctica en el Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak, según su experiencia ¿cómo es entendido y analizado el paciente que presenta síntomas de “locura”?

Tras mi práctica, rescato haber podido entender cuál es la relación entre las instituciones y los padecimientos de los sujetos, aprendiendo fundamentalmente qué es lo que no hay que hacer con los pacientes. La institución psiquiátrica es muy violenta, pues funciona bajo una lógica de encierro que describe Foucault.

Acerca de las técnicas empleadas, se sigue utilizando el electroshock, y no solamente en situaciones específicas o donde es supuestamente recomendable. Este tipo de tratamientos tiene fuertes consecuencias sobre la subjetividad de los pacientes, al punto que ellos mismo decían “me van a resetear” cuando tenían que someterse a ese procedimiento, una metáfora de la pérdida de memoria que sufren posteriormente. Era la época de la Reforma Procesal Penal, entonces se produjo un vacío institucional relativo a las personas que estaban siendo procesadas, sin embargo, había una duda respecto de la pericia psiquiátrica y un periodo de tiempo durante el cual los internaban pero con un gendarme armado, en la cual a mi juicio no debía ni debiera ocurrir.

En general, la situación psiquiátrica a todo nivel reproduce relaciones de violencia. Ejemplo de ello es el lugar que tienen los psiquiatras respecto del resto del personal clínico no médico. A todo nivel, hay relaciones en las cuales la violencia está institucionalizada. Uno sin darse cuenta, reproduce ciertos ejercicios de violencia muy sutiles como la violencia simbólica.

-¿Las personas logran efectivamente la sanación?

Es difícil establecer una medida porque la “locura”, por llamarlo de alguna manera, no es un problema netamente individual sino que es algo que también se pone en juego en el lazo social. Generalmente, uno llama "loca" a la persona que alucina, con ideas que no comparte la mayoría o la sostiene de alguna manera particular, eso puede ser problemático en el sentido de que es aceptado o rechazado por un(a) otro(a), entonces muchas veces creo que el sufrimiento de esas personas tiene mucho más que ver con la violencia con la cual se los trata, más que con un componente sustancial o que se porte como si fuera un sello inherente al individuo. Por tanto, encerrar a alguien en principio no es una técnica garante de nada. Hay otro problema grave y es que la mirada médica predomina en los hospitales psiquiátricos, la cual muchas veces termina deshumanizando a los(as) pacientes.

Creo que hay todo un aparataje institucional que permite sostener ese tipo de relaciones vinculado al lugar que se les asignan a los(as) médicos en las instituciones, con principios jerárquicos o prácticas cotidianas. Siempre me ha dado la impresión de que cuando uno entra a ese tipo de instituciones se traslada a otro tiempo.

-Dentro de los problemas psicológicos que afectan a la sociedad chilena destaca el trastorno de personalidad, tema central de su tesis de Pregrado. Al respecto, ¿cómo se distingue de otras enfermedades como la bipolaridad con la cual suele ser confundida socialmente?

Esa es una discusión que en Chile ha tenido cierta notoriedad en los últimos 10 o 15 años, siendo relevante porque se trata de una categoría muy polémica que se utiliza con frecuencia, pero con muchos problemas para definirla de manera clara. Sólo por poner un ejemplo, hay un tipo de trastorno de personalidad que son los trastornos límites, que poseen con una alta co-morbilidad con ciertos trastornos bipolares.

Entonces se trata de una categoría diagnóstica muy compleja, cuya manera de pensarlacuya definición ha cambiado considerablemente durante los últimos años. En este contexto, yo diría que hay dos niveles necesarios de distinguir. Un nivel tiene que ver con los diagnósticos mal empleados, recurrentes para etiquetar ciertos comportamientos sin un adecuado proceso diagnóstico o, muchas veces, sin corresponder con los signos clínicos. Eso es problemático de por sí.

Un segundo nivel guarda relación con los fundamentos y alcances que tienen el uso de ciertas categorías diagnósticas como las ideas de trastornos de personalidad. Esta noción es, a mi juicio, altamente compleja porque no tiene que ver con aspectos específicos del funcionamiento de una persona, como en los trastornos del ánimo o con el pensamiento en el caso de la esquizofrenia.

-Actualmente, distintos actores sociales se manifiestan de forma crítica y activa. En este agitado escenario social ¿de qué manera ha contribuido el psicoanálisis en el estudio del malestar?

Los aportes del psicoanálisis destacan en varios aspectos, siendo el más importante aquel que aporta claves de lectura, hipótesis generales que sirven para hacer visibles problemas y dar respuesta a ellos. La perspectiva asumida por Freud en sus textos “socioculturales” permite abordar problemas concernientes al orden social las instituciones, la historia o la cultura, a partir de un aparato conceptual construido desde su particular abordaje de los síntomas psíquicos y el sufrimiento.

Así, patología y subjetividad no pueden ser aisladas como fenómenos independientes, en la medida en que es todo el sujeto el que se compromete en el síntoma por su relación a esa otra escena, a saber, lo inconsciente, que a su vez se constituye como una relación siempre conflictiva entre las aspiraciones o deseos y los ordenamientos socioculturales. Dicho de otro modo, en la teoría de Freud la relación entre lo individual y lo social es pensada en una lógica dialéctica, que al reconocer los mismos procesos en la configuración mental del sujeto y en dinámicas colectivas –o sea, en su mutua constitución- inaugura un nuevo modo de inteligibilidad sobre el conflicto individuo-sociedad.

Así, el malestar que vemos manifestarse en tantos aspectos de la vida social e individual en nuestro país, necesita ser entendido como un fenómeno complejo, que tiene diversas fuentes, que en algún punto siempre remiten a la forma en que socialmente producimos nuestra vida, así como diversos destinos, que dicen relación con las formas de tramitación del malestar. Esto ayuda a comprender que el malestar no se agota en la cuestión de las expectativas frustradas, sino que puede concernir a fenómenos de otro orden que son tan contemporáneos, como el silenciamiento, el abuso institucional, las crecientes exigencias de rendimiento individual, etc.

Particularmente, a mí me ha interesado cómo el modelo teórico del psicoanálisis, específicamente su teoría de la memoria, puede generar rendimientos para comprender la experiencia de los individuos en la ciudad, entendiendo que la ciudad es una forma muy compleja de materialización de procesos y acontecimientos sociohistóricos. Esto es un problema muy importante en la tradición de la filosofía y las ciencias humanas del siglo XX, que ocupó a autores tan relevantes como Benjamin, Simmel o Lefebvre.

La teoría psicoanalítica de la memoriaofrece herramientas que permiten “leer” la ciudad como una superficie de inscripción, en la cual se plasman fenómenos que no necesariamente portamos como individuos, pero que sí podemos evocar cuando recorremos ciertos lugares, volviendo a aparecer en la experiencia de la ciudad como una especie de síntoma que no ha podido decirse o hacerse público.

Yo diría que también hay otro nivel y se relaciona con la comprensión de la vida cotidiana. Al respecto, un autor que ayuda mucho a avanzar desde la teoría psicoanalítica en la comprensión de este campo es Michel de Certeau, quien es de la idea de que las personas ponen en juego una memoria en ciertas prácticas simples de la vida cotidiana como cocinar, caminar, o hablar.

Esa persona en esa práctica y sin saberlo está introduciendo una forma de resistir a un flujo hegemónico dentro de la ciudad, frente a algo que puede estar racionalmente planificado. Lo que muestra de Certeau es que en esos gestos cotidianos podemos ejercer ciertas maneras particulares de vivir y, por tanto, de representarnos a nosotros mismos en lo que tenemos de singular.

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