Mauricio Uribe, arqueólogo: "Chile, durante décadas, generó una política de invisibilización o de hacer desaparecer la figura del 'indio'"

Una política de invisibilización de la figura del "indio"

Entender la complejidad y evolución social en la Región de Tarapacá, particularmente en la Pampa del Tamarugal, es la ardua tarea que realiza Mauricio Uribe, arqueólogo, investigador del Anillo Escallonia (SOC 1405) y académico de la Universidad de Chile. Su trabajo tiene como objetivo comprender las transformaciones que se presentaron en el Período Formativo, cuando los humanos pasaron de ser cazadores recolectores nómades a asentarse en comunidades más estables, agrícolas y desiguales.

Esta transición resulta de interés para los investigadores, pues permite profundizar en una interrogante que existe en el mundo científico, que tiene relación con saber si es el hombre el que transforma la naturaleza para vivir o, al contrario, si es la naturaleza la que lo determina.

“En este período uno puede ver que la sociedad no responde sólo a condiciones ambientales, sino que interviene la naturaleza con la agricultura y con nuevos productos, como las plantas cultivadas; o controlan otras que están en un mundo intermedio entre lo silvestre y lo domesticado, como el algarrobo o la quínoa”, explica Mauricio Uribe.

¿Cómo nace su interés por estudiar la pampa del Tamarugal?

Primero que todo, porque esta zona no debería haber estado vacía si, en la misma época, estaban pasando cosas en Arica o San Pedro de Atacama, íconos de la arqueología nacional. A diferencia de ambas zonas, la pampa no ha sido tan estudiada, siendo que los antecedentes muestran que aquí se generó un cambio importante, tanto en lo económico como en la forma de vida comunitaria, con la aparición de la agricultura y aldeas con una arquitectura que tiene como base la piedra, el barro y la madera.

En este sentido, es una región clave, que está bien conservada y manifiesta cambios que se han observado en distintas partes del mundo. Lo particular es que aquí todo se desenvuelve en el contexto de uno de los desiertos más áridos del planeta, el Desierto de Atacama; lo cual es sorprendente, porque uno se encuentra con evidencia de agricultura y manejo del agua en un lugar que parece imposible.

Existen estudios que expliquen el por qué se dio este fenómeno?

Una de las cosas que hemos aprendido a través de las investigaciones, es que durante el Formativo hubo una época de mayor humedad y precipitaciones en el altiplano, lo que proveyó de agua a las quebradas, ríos y oasis de la pampa, por lo que había mucha disponibilidad de agua. Estas precipitaciones son las mismas que uno hoy llama el invierno boliviano o invierno altiplánico. En esa época fue más regular, llovió más y hubo un mayor caudal. Esto se mantuvo constante durante varios siglos, alrededor del 400 AC hasta el 200 DC.

Esto habría facilitado la vida en la zona…

La gente comenzó a concentrarse en esos lugares y a generar estas prácticas agrícolas e intensificar la recolección de plantas. Y ahí nacen grandes enigmas: ¿cómo se desarrollan estas nuevas tecnologías y nuevas prácticas? ¿De dónde viene esa experiencia y cómo se desenvuelve? Sobre todo, porque varios de los productos que cultivan no son de la zona. Se trajeron o los trajeron y comenzaron a ser adaptados a las condiciones del desierto, que son de mayor aridez, con cambios de temperatura importantes y un agua contaminada con minerales.

Pero todo esto no se dio sólo porque llovió más, sino que hubo procesos sociales, porque esas poblaciones podrían haber seguido siendo cazadores recolectores y seguir moviéndose entre la pampa y la costa, pero no fue así. Ahí hay algo que resolver.

Entonces, es una zona de importancia para la arqueología nacional, pero increíblemente no tan reconocida por el público general…

A uno le gustaría dar a conocer este lugar por su alto valor, pero justamente ahí nace una contradicción: ¿cómo cuidarlo si aumenta la circulación de personas? Es complejo poder controlar y regular el acceso a estos lugares, lo que podría dar espacio a saqueos. Amerita una conversación con distintos actores del Estado, el Gobierno y las comunidades que viven cerca de estos sitios arqueológicos.

¿Qué comunidades habitan en las inmediaciones?

Principalmente aymaras y quechuas.

¿Y existen posibilidades de que esas comunidades puedan hacer un trabajo de manejo y resguardo?

Es complejo, porque son muy pocas las personas que viven en las comunidades. La mayoría lo hace en las ciudades y se acercan sólo para las festividades religiosas. Además, muchas veces las prioridades de las comunidades, en relación a estos sitios arqueológicos, apuntan más a proyectos de reivindicación de territorios que a promoción del patrimonio.

A veces ocurre que las comunidades asumen que todo lo arqueológico es patrimonio de ellos, lo que implica que tienen poder de negociación con los privados y el Estado para obtener ciertas mejoras. Lamentablemente, mucha de esa tensión entre esos actores se vuelca también hacia los arqueólogos y la discusión se reduce en torno a la propiedad del sitio, que puede ser una lucha legítima, pero compleja. Uno trataría de propender a un diálogo y compartir todos estos recursos bajo el entendido de que más gente podría disfrutarlos y cuidarlos.

¿Esto tensión podría deberse también a la forma en que las comunidades han sido tratadas históricamente por el Estado?

Por supuesto. Chile, durante décadas, generó una política de Invisibilización o de hacer desaparecer la figura del “indio”. Chile Siempre se sintió un país de blancos, generándose muchas prácticas y políticas represivas para ir eliminando todos los elementos indígenas. Y esto fue radical en el norte. Después de la Guerra del Pacífico vinieron campañas explícitas de parte del Estado que se llamaron de “chilenización”, donde se prohibía que los indígenas hablaran en su lengua nativa, que se vistieran como “indios”, que usaran sus antiguas prácticas medicinales, etc. Se prohibió todo lo que fuera “indio” y, en particular, que hiciera referencia a lo peruano y lo boliviano. Evidentemente, eso hizo que lo indígena y lo comunitario se debilitara o quedara escondido en la memoria.

Hoy en día eso reaparece con el regreso de la democracia, la globalización, el universalismo y con la aceptación de la diversidad cultural. Por lo tanto, Chile está obligado a aceptar eso. Y bueno, se pasa de la política del eliminar y esconder lo indígena a mostrarlo, pues de esa forma Chile se muestra como un país civilizado en un mundo global moderno… o postmoderno.

Por tanto, esta tensión con las comunidades tiene que ver con estos procesos previos. Incluyéndonos. En el pasado los arqueólogos tratamos a las comunidades como entes pasivos, no se le pedía permiso a nadie, no había diálogo con ellos. Uno pasaba sin tomar en cuenta su opinión ni sensibilidad. En esa época uno no entendía que debería tener esas consideraciones, pero, en la actualidad, debe existir un diálogo directo, a veces sencillo a veces no tanto. Hay visiones distintas, pero esta situación es positiva, hay que enfrentarla, entablar un diálogo e intentar un trabajo conjunto.

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